Por Fermín Tristán
No es novedad que la historia y algo del presente de Ibicuy es su Puerto. También lo fue su estación de trenes, casi fundacional de la ciudad ribereña del Paraná. La matriz productiva y la forma de transportar lo producido han cambiado y, como en todo cambio, de a poco se van borrando recuerdos. Incluso los más jóvenes de la ciudad poco saben de la fortaleza férrea del pasado de la localidad y poco o nada saben de cómo era el trabajo en los años 50 por estos lares.
Gabino Andrés Pérez, un hombre de 86 años, silenciosa y artesanalmente reconstruye esos retazos de recuerdos. Los plasma en miniaturas de barcos en los que navegó, y en relatos que comparte con locales y turistas, con expertos en la materia o con curiosos. Lo importante para él es que no se pierda el pasado de Ibicuy.
“Nací en Gualeguay, pero me mudé de chico a Arroyo Tala y de ahí a Ibicuy. La idea de mi padre era que sepamos leer y escribir y eso era difícil en el arroyo”, recuerda Gabino.
Tan ligado a los extranjeros está Ibicuy, que la tarea de enseñarle las primeras letras fue tomada por la hija de un trabajador inglés, la señorita (bien vale decirle “miss”) Stewart allá por el año 1948, cuando pisó suelo ibicuycero.
Sin embargo, aquel muchacho sólo cursó hasta cuarto grado. “Me daba vergüenza ir con chicos muy pequeños, yo era mucho más grande y me puse a pescar, a trabajar el carbón y en la municipalidad, donde había changa, estaba yo buscando el peso. Juntando incluso vidrio y hueso”, describe.
Y agrega: “En esa época era todo a vapor, las chatas descargaban carbón y leña en la playa y a los 14 años trabajé con los mayores que me enseñaron el oficio. Pero quería entrar en el ferrocarril. No tuve suerte ni en la estación ni en los galpones, entonces me embarqué”. Tan importante fue este suceso para Gabino que recuerda hasta la hora de su primer día: “Un jueves de enero de 1955, a las 10 de la mañana, me indicaron que debía embarcarme en el `Lucía Carbó´”.
Esto es porque “el carbón era un trabajo duro y pesado, pero lo dejé con tristeza por la gente que conocí y a la vez con alegría de un futuro mejor”.
Pero, finalmente, Gabino pudo cumplir su otro sueño: trabajar en el ferrocarril, la otra pata también fundamental de Ibicuy. En 1978 pasó a Suministros Oil, donde se desempeñó hasta 1991 cuando se jubiló, en una década que significó el fin para muchos de los ramales y los trenes en la Argentina.
Gabino dejó las aguas y los rieles pero no su pasión: “En mi casa tengo un museo, algo que armo con mucho amor, porque herramientas no tengo. Hice barcos en miniatura para recordar a toda esa gente que no está, no como un hobbie, porque en cada miniatura hay un recuerdo con esa gente, con italianos, ingleses, yugoslavos, los que me enseñaron la honradez y el respeto”, cuenta.
Un relato tan acabado de esos barcos, con datos precisos de sus quehaceres y con sus trabajadores ya extintos no existe fuera de las palabras y el trabajo de Gabino. “Muchos vienen a mirar mi trabajo y yo les cuento qué había y quiénes lo hacían, pero no queda ninguno de estos barcos”, dice con un dejo de nostalgia. “Tampoco queda mucho de la estación de trenes –añade–, todo ha sido robado o lo han roto”. Por este pasado sin museo ni retratos, Gabino pide que “se trabaje en recordar”, en rescatar del olvido todo aquello que fundó y le dio esplendor a una ciudad que vive y aún tiene en sus venas barcos y trenes.