Por Miguel Ángel Federik
Perro de andén
Ten paciencia,
que yo alcanzo razón y estoy ausente.
Garcilaso de la Vega
Esta criatura que se lame el pecho
y después me mira
hace siglos que ha perdido a su amigo.
Su esperanza o su olfato, que en ella son lo mismo,
la ha llevado a plazas, andenes, terminales,
sitios de trasbordos y confusas multitudes,
promesantes de esta prosodia vulgar,
de viajar por viajar y de existir sin sentido.
Confía que entre estos miles,
un día volverá aquel con quien fuera cazadora
en tiempos en que ni siquiera los dioses existían:
salvo la estrella sol y aquella faz de la redonda luna
que nos reúne aún, en el reversible arte de las licantropías.
Conserva el don de oír antes que lleguen,
las inundaciones del agua o de las ardientes lavas,
pero se resiste a creer que el perdido
y sólo para siempre es el otro:
nosotros, los inmortales todavía.
Si se hubiese hecho lobo ya estaría muerto,
como tantos de los suyos, o de los nuestros,
que no se domesticaron ante el terror,
los exterminios, los exilios, los hastíos.
La acaricio y me lame las manos
y a ignorancias iguales, su mirada
es más hospitalaria y creyente que la mía.
La suya hace siglos que espera a una criatura
que ya no llegará.
No. No llegará nunca.
Miguel Ángel Federik nació en 1951 en Villaguay, Entre Ríos. Ha publicado La estatura de la sed (1971), Los sepulcros vencidos (1974), Fuegos de bien amar (1986), entre otros, hasta Niña del desierto y otros poemas (2010). Es autor también de ensayos y conferencias sobre la obra de escritores de la región, como Daniel Elías, Alberto Gerchunoff, Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, Ana Teresa Fabani, Francisco Madariaga y Juan José Manauta.