Por Eugenio Jacquemain
A pesar de la crisis económica, muchos de los comerciantes de la ciudad del carnaval están felices. El paisaje al cual está acostumbrado el gualeguaychuense en esta época del año ha cambiado. Si bien esa mutación se aprecia más los fines de semana largos o feriados de la vecina República Oriental del Uruguay, se suele encontrar a diario una similitud con los meses de verano.
No hablamos precisamente del clima, tan alterado y cambiante en el último tiempo, sino de la presencia de turistas. Esta vez no son las hermosas playas de la ciudad o su inmenso carnaval, sino que es turismo de compras. Sí, a aquel que estaba acostumbrado a una Gualeguaychú inverno-primaveral tranquila, donde uno podía pasear por sus calles céntricas, su bella costanera o sentarse cómodamente a disfrutar de su gastronomía, debemos advertirle que ese paisaje está ausente. O, mejor dicho, cambiado.
El citado movimiento no se aprecia solo en el centro comercial de la ciudad. Hay algunos puntos neurálgicos que muestran este fenómeno del turismo de compras en toda su plenitud. La zona del hipermercado Carrefour al norte de la ciudad y el microcentro con las casas de cambio de divisas son los lugares donde se puede apreciar a simple vista esta “anomalía temporal” con la masiva presencia de visitantes del otro lado del río.
Gualeguaychú es una ciudad fronteriza, una de las tres entrerrianas que se encuentran unidas a Uruguay por medio de rutas y puentes. Concordia se une a Salto por medio de la represa, Colón a Paysandú por intermedio del Puente Gral. Artigas y a tan solo 30 kilómetros de la ciudad capital del departamento homónimo, se encuentra el Puente Libertadores Gral. San Martín. Si bien esta última no está tan cercana como Colón y Concordia a las ciudades uruguayas vecinas, recibe no solo la visita de los habitantes de departamentos como Río Negro o Soriano, sino también, por cuestiones geográficas y prácticas en el traslado terrestre, del departamento de Colonia e incluso de Montevideo, la capital y ciudad más poblada del paisito.
La ciudad del carnaval ha sido noticia en medios nacionales los últimos meses por este hecho. Las cámaras de los canales porteños no se cansan de reflejar esa rara habilidad de los vecinos orientales que los distingue de los gualeguaychuenses: sostener debajo de la axila el termo y en la mano de ese mismo brazo, portar el mate mientras se disfruta de la infusión. También se distingue a los vecinos del otro lado del Río Uruguay, en las largas colas, incluso superando los cien metros, esperando para cambiar sus dólares por pesos argentinos y dar comienzo a sus compras, en la única casa de cambio que quedó en la ciudad luego del allanamiento de la justicia y las fuerzas federales y la clausura a la que se encontraba en el playón del hipermercado. Tanto es el movimiento que dicho comercio informa a los vecinos de la ciudad, que pueden solicitar turno por WhatsApp para ser atendidos evitando la extensa cola. Incluso, se habló durante el último feriado largo de la vecina orilla, que dicho negocio había agotado su tenencia de pesos ante la incesante demanda de vecinos uruguayos, ¿mito o realidad? Solamente ellos lo saben.
Pero a la vez, muchos de los que realizan su cambio de divisas, solo avanzan pocos metros hasta encontrarse con el local de una conocida cadenas de farmacias, donde “invaden” y humillan a aquel tan lejano “Deme dos” como conocían a los argentinos en Miami en los 90, porque llevan de a dos, tres o más productos similares. Incluso los representantes farmacéuticos orientales hablaban de que el precio de ciertos remedios en Argentina, comprados para cubrir todo un año, equivalen al gasto de un mes en Uruguay.
Como ejemplos, un desodorante en oferta en una farmacia uruguaya cuesta 179 pesos uruguayos (4,60 dólares) y del lado argentino lo compras por 90 pesos uruguayos (2,30 dólares). El litro de nafta premium en Uruguay ronda los dos dólares, mientras que en Argentina es la cuarta parte de ese valor.
En Carrefour, más de una vez, los compradores locales han desistido de ir por las largas esperas en las cajas, o compran pocos productos para pasar rápidamente por la cola habilitada a tal efecto. Las imágenes se repiten: no se encuentran los conocidos changuitos de compras al ingresar porque se encuentran en su totalidad ocupados más de una vez, se los ve circular llenos dentro del local, repletos de bebidas, ropa, juguetes y mercadería no perecedera, muchas veces de alto costo para el argentino común inmerso en esta crisis económica. Las quejas y reclamos de los gualeguaychuenses se escuchan más de una vez: “No deberían venderles productos a precios cuidados”, “llevan lo más económico que es lo más accesible para nosotros y “a veces no podemos comprar las marcas caras nosotros y para ellos es lo mismo” y tantas otras que se escuchan en voz baja y no tan baja, en los pasillos del local comercial.
Pero no todo termina allí. Muchos autos con patente extranjera se dirigen luego a los distintos locales gastronómicos de la ciudad, para disfrutar de una exquisita parrillada, unas pastas o un excelente pescado de río. Los más apurados optan por una minuta. “Déjenme que yo invito”, decía un amigo uruguayo y agregaba: “Lo que me sale esto acá, es lo que gasto comiendo solo en Montevideo de lunes a viernes cuando salgo del trabajo”, explicaba para inmediatamente dejar una propina que casi equivaldría a nuestro asado dominguero.
Dentistas, kinesiólogos, médicos clínicos, cosmetólogas, pedicuros y oftalmólogos son otros de los tantos profesionales beneficiados por la disparidad en los valores del peso argentino y del peso uruguayo. Incluso hasta recabamos el testimonio de alguien que vino a sesiones de reiki.
No faltan los grupos de amigos e incluso alguna que otra despedida de soltero que deciden realizarla en este lado del charco, mezclando la mística con la conveniencia económica. También se habla de festejos de cumpleaños infantiles en esta orilla: no lo hemos podido comprobar, pero que ya va camino de convertirse en un mito urbano de Uruguaychú. Si, esta mimetización del nombre de la ciudad con el origen de sus visitantes temporales, nombre que le puso un colega capitalino a este fenómeno atemporal en un país en crisis, que hace sonreír a comerciantes de la ciudad, y por efecto derrame, a muchos otros habitantes de la ciudad de Gualeguaychú gracias a la diferencia cambiaria.