Cuando llueve en el Parque Quintana

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Santiago Joaquín García

Cuando llueve en el Parque puede pasar que Mía y sus amigas no puedan ir a vender pulseras; que Mario no siga las indicaciones del médico para salir a caminar una vuelta a la Costanera; que Bruno se prive de ofrecer sus churros; que Horacio y los muchachos del Molino tengan que suspender los choris que pensaban comer en alguno de los churrasqueros; que Hernán deje su bicicleta en casa; que Nadia no pueda salir a caminar con su perro Toto; que los perros callejeros que viven en el Parque no puedan ladrarle ni correrlo a Toto; que Laura y su novio no vayan abrazados con el mate por la bicisenda; que los guachos no se tiren con sus rimas traperas en la escalinata; que Diana no vaya en bicicleta al casino; y muchas cosas más.

Un poco de historia

La calle principal de Gualeguay, San Antonio, en homenaje al patrono local, cruza el pueblo de norte a sur. Cuando uno llega al final de la arteria se encuentra con un semáforo y una ruta que separan a la ciudad del Parque. Centenarios árboles, calles internas, juegos y senderos hacen que cualquier motor aminore la marcha. Si bien se llama Intendente Quintana, en homenaje a un dirigente político de otras épocas, para las y los gualeyos esas doce hectáreas que sienten como propias se denominan, simplemente, El Parque. La fecha de su creación se remonta al año 1888, cuando se le encargó el trazado al ingeniero agrónomo Luciano Hizzet. Sin embargo, cien años antes, por los tiempos de la fundación de la ciudad, funcionaba allí un puerto precario llamado Puerto Barriles en alusión obvia al material con el que había sido construido. Desde hace quince años, con la inauguración de la Costanera que hace las veces de Defensa Costera, su fisonomía cambió, se extendió, pero la mística sigue siendo la misma.

“Es como entrar en otro lugar”
Cualquier persona que viva en Gualeguay puede decir algo sobre el Parque. Guadalupe es docente y madre de tres chicos. Esto nos cuenta: “Para mí el parque es el lugar más lindo de la ciudad, y una de las costaneras más lindas de toda la provincia. Para los que nacimos acá es como parte de nuestra identidad. Entrar al parque con estos árboles gigantes que te dan la bienvenida es una experiencia maravillosa; es como entrar en otro lugar que no es Gualeguay”, resume. Desde ya, tiene muchas historias allí: “Me acuerdo cuando estaba en la secundaria y con mis amigas veníamos en bicicleta por todo el parque para llegar hasta el balneario municipal, cuando todavía se podía ir. Además de eso a patinar, a caminar. Ahora vengo con mi familia. Es el espacio de recreación por excelencia de la ciudad. No creo que haya nadie en Guale que no tenga una anécdota o un recuerdo acá; desde darse un beso en el ‘coso’ ese de los enamorados, hasta matarse de un porrazo en bici o patines. También es el lugar para enseñar a les niñes a andar en bici: Acá mi hija Vera hizo sus primeros metros en bici sin rueditas. También me acuerdo de haber venido a pescar mojarras con mi viejo cuando el río pasaba por adelante y no era el reservorio ese que hay ahora”. 

“De desconexión mental”
Adrián es empleado de una empresa local y padre de dos niños. Si bien nació en la ciudad de Luján, desde que vive en Gualeguay tiene una rutina asociada al lugar: “Para mí el parque es un lugar que asocio a actividades deportivas, a conexión con la naturaleza, a entretenimiento, a pasarla bien solo o con mi familia. Es un lugar de desconexión mental de lo que es el trabajo y las obligaciones y particularmente el parque de la costanera de Gualeguay me parece uno de los más lindos. Todos los martes y jueves vengo con un grupo al mediodía a entrenar por cuarenta minutos en un encuentro con gente de otras edades, que tienen otros trabajos, o sea, es muy variado y la pasamos bien. Entrenamos mucho, y siempre hay lugares del parque distintos para ir a entrenar y aprovechar las subidas, las rotondas, las escaleras. Es el lugar ideal para ese tipo de entrenamiento”.



“Una ahora ve jugar a las hijas”
Constanza es empleada pública y madre de dos nenas. Tiene los recuerdos a flor de piel: “Para todos los que nacimos o crecimos acá en Gualeguay es el lugar de nuestra niñez porque la plaza no tenía el significado que tiene el Parque Quintana. Con esos árboles hermosos y esos juegos que se mantienen con el tiempo, donde una ahora ve jugar a las hijas y le vienen las imágenes de cuando una jugaba en el tractor. Había algunos que se animaban a tirarse de arriba del palo enjabonado, algo que yo nunca pude. Antes había una calesita que tenía como asientos de los que tienen las hamacas de bebé, y giraba, era hermosa. Hay un montón de juegos que desaparecieron, pero otros se mantienen. Los de siempre son el tractor, el arenero, las hamacas y el puentecito peatonal que está cerca de los baños. La costanera para todos es nueva, y yo la conocí cuando volví de estudiar. La verdad que es un lugar hermoso que, por ahí, nosotros no llegamos a valorar o a reconocer”, advierte. 

***

Suenan unos truenos que anuncian agua. Apenas caen las primeras gotas, los juegos ya saben que van a descansar. Cerrarán los baños y los vendedores se irán con las manos vacías a sus casas. Los senderos quedarán silenciosos y los árboles darán refugio a los animales y a los tenaces caminantes. En las chacras hay personas que estarán felices, y con justa razón, pero cuando llueve en el Parque, llegan hasta él suspiros lejanos que vienen cargados de melancolía.

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