Por Fermín Tristán
Nuestro héroe nació en Capital Federal por falta de estructura para venir al mundo en Paranacito. Él es de Brazo Largo y Boca Falsa, su madre llegó en 1925 con sus padres a las islas y no se fueron más.
Mauricio Waimberg vive hoy en Villa Paranacito, dirige un complejo turístico llamado “Top Malo”, nombre que recuerda a la batalla de Top Malo House, donde sus instructores posteriores a la guerra combatieron.
Mauricio recuerda: “Desde muy chico tuve inclinación por la vida militar, me atraía la idea de conocer el país. Por eso terminé ingresando a la Armada en el año 81 en lo que antiguamente era la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) donde estuve un año”. Luego continuó sus estudios en el Hospital Naval Puerto Belgrano (en costa atlántica de la provincia de Buenos Aires) en la Escuela de Sanidad Naval. “Mi especialidad es enfermero, la que elegí para servir”, remarca. Pero esa carrera la concluirá más en “el territorio” que en la Escuela, ya que cuando cursaba su segundo año se desata el conflicto bélico.
El comienzo de la gesta
“Nosotros vimos en los días previos, 27 o 28 de marzo, una inusitada cantidad de movimiento, a la que no estábamos acostumbrados: tanques embarcando, comandos y buzos tácticos, submarinos no destinados a Puerto Belgrano. Originalmente se hablaba de un ejercicio, a la gente mayor no le llamó la atención, pero para nosotros era todo nuevo, la Armada ya tenía problemas para operar”, dice Mauricio. Por eso no confiaba mucho en un ensayo con el presupuesto que eso acarreaba.
“El día 2 de abril, nos levantamos como todos los argentinos, con la historia de que se habían recuperado las Malvinas”, relata. Y agrega: “Estábamos próximos a salir de licencia por Semana Santa, teníamos pasajes y permisos, pero ese día se hizo una formación y se nos retira lo otorgado y quedamos afectados a lo que pudiese pasar con el conflicto, iniciando las operaciones de preparado del hospital ya con la primera baja, la del capitán Giachino, un cabo segundo buzo táctico herido junto a dos soldados ingleses, uno de gravedad, ese fue el inicio de la guerra para mí”.
La guerra
“Además de la sorpresa, la guerra se vivió con enorme desorden. Nosotros con las chicas (enfermeras), que no son recordadas, bueno, como muchos”, pensó en voz alta y siguió: “Empezamos a armar los buques como hospitales. Los aspirantes de tercer año fueron a diferentes sectores de la flota y los de segundo terminamos en los buques hospital o en el Hospital de Puerto Belgrano”, cuenta el enfermero militar.
Su trabajo arrancó con heridos por negligencias y el famoso “pie de trinchera” –congelamiento de extremidades inferiores debido a que se inundaban las trincheras–. “Pero fue evolucionando en severidad con heridos por explosiones, generalmente por falta de instrucción para manipular explosivos, congelamiento, engelamiento, luego heridos de bala y finalmente el día del hundimiento del General Belgrano, el 2 de mayo, donde murieron más de la mitad de los caídos en combate”, dice con pesar.
“En el hospital se trabajaba día y noche. Realmente la base naval Puerto Belgrano era un lugar desierto durante el día y escondida durante la noche, todo oscurecido, no teníamos una sola ventana por la que ingresara luz, todo se selló, como se pudo, con cartones y colchones”, aclara. Esto debido a que “estábamos a la espera de si venia la flota –británica– o no”.
Mauricio subraya que “teníamos un puesto de trabajo, 8 o 10 horas laborales y después las guardias, todo el día muy atareado, pero de alguna manera organizados, cuando fue lo del Crucero Belgrano, se descontroló todo, había que correr para todos lados”.
El impacto en su vida
“La guerra tuvo un altísimo impacto en mi vida, me recibí de enfermero en 1983. Muchos de mis compañeros se fueron de baja. La especialidad de enfermero tiene una salida laboral rápida, pero en mi caso elegí no solo quedarme sino incorporarme a la fuerza al comando Buzos Tácticos y fui comando de la nación, siempre como enfermero, pero dedicándome de lleno a lo bélico. Malvinas terminó de definir mi vida dentro de las fuerzas y lo hice con mucho orgullo placer y con un enorme sentimiento hacia los caídos”, cuenta.
“Han quedado olores, por ejemplo si se hace un arroz primavera, ese aroma es como oler formol, eso es porque mientras preparábamos los cuerpos, a veces comíamos eso que rescatábamos del comedor”.
Desconocimiento
“La gente no conoce lo que sucedió en la guerra, ni yo por completo. Pasaron 40 años y vamos conociendo todos los días y eso que comparto con muchos excombatientes que estuvieron en operaciones concretas y siempre te enteras de algo nuevo. Vamos conociendo pedacitos de guerra que vivió cada persona y uniéndolos” y es por esto que “algún día tendremos un panorama de lo que ocurrió en la guerra”.
Aprender
“Habría que hacer una enseñanza amplia y asidua de la guerra para que los chicos conozcan más: causas, orígenes y consecuencias. Cada uno cuenta su historia. Creo que no aprendimos de la guerra, no capitalizamos sus enseñanzas, por ejemplo nuestro sistema hospitalario o el hundimiento del ARA San Juan. Atamos todo con alambre”.