Raúl y Elena, una historia de amor junto a los arroyos

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Por Fermín Tristán

Raul Konecny Ulcak y Elena Teresa Schendelbek Peter son un matrimonio que habita en el Río Paranacito desde 1973, cuando le compraron el terreno a Augusto Widmann. Sus historias de vida, sin embargo, arrancan mucho antes en el poblado, y a metros de la vivienda que habitaron los últimos 50 años. Aunque ambos son nacidos y criados en la zona, Raúl cuenta que por una contingencia propia de esos tiempos su madre lo dio a luz en Capital Federal. 

Hace poco, una producción audiovisual denominada “Viajando Enfoco”, que se transmite por la red social Youtube, contó a través de sus propias palabras, la vida cotidiana de los habitantes de Paranacito, signada como toda vida, por momentos de felicidad y otros que no lo son tanto.

Elena arranca con una semblanza de su lugar en el mundo: “Es diferente a todo, si vamos a una ciudad, el ruido nos cuesta y cuando vamos a un pueblo donde no hay agua, nos falta el río”. Raúl, popularmente denominado Rulo, reflexiona en voz alta: “El agua es aliada o enemiga. Las dos cosas. Sin agua no podemos estar y el exceso de agua nos molesta”. 

Es lo primero que cuenta un isleño: de las crecientes y de las peores, principalmente “la del 83, en la que nos faltó un escalón y medio para que nos llegara a la planta alta”, aunque destaca el espíritu de los habitantes ribereños: “Siempre estamos preparados para eso. Tratamos de levantar y salvar lo que se pueda”.

Como en la vida, Rulo y Elena se complementan. Lo que dice su esposa, lo completa él y a la inversa. “El isleño resguarda sus cosas porque ya sabe cuándo viene la crecida”, dice en el patio de su casa, vestido para el trabajo y calmando a los perros ante la visita de los periodistas. “Otra creciente trágica fue la del 59, donde se combinaron todos los factores posibles para generar una crecida. Prácticamente en 24 horas creció más de 2.5 metros”, recuerda. Y agrega: “Yo tenía cuatro años, vivía en Arroyo El Mosquito y por accidente, mi padre fallece en esa creciente, se ahoga. Y pese a la edad, tengo muchos recuerdos de la forma en que crecía, las olas en el río, cómo pasaban las cosas boyando y mi madre juntando las cosas”, dice rememorando y remata: “No me quedó rencor con el agua”. 

“Mi padre no era de acá, era de la provincia de Buenos Aires del límite con La Pampa donde hay tierra nada más. Mi abuelo, su padre, sí quedó con odio hacia el agua, nos llevó para allá, pero mi mamá tenía su familia acá así que nos volvimos, un tío nos consiguió una casita acá y puso un negocio, la ayudaron y así se levantó mi madre”, cerró. 

Rulo también rescata de su memoria cosas de esa crecida feroz: “Mi abuelo quiso salvar a un caballo, lo metió a la casa y lo quiso subir a un altillo donde estábamos nosotros haciéndolo subir una escalera. Hubo gente que puso vacas en las losas de las casas, era la desesperación de …”, decía y quedó pensativo y completó Elena al remarcar la palabra “…salvar”.

El tiempo cambió. La tecnología avanzó y ahora hay más información. “Cuando sabemos que se viene, todo se pone a resguardo, hasta las ventanas”, describen. También hay otras cosas pequeñas pero trascendentales como hacer un terraplén donde están los frutales, porque las crecientes secan todo. 

“Lo primero que te enseñan es a nadar, antes de ir a la escuela. Luego andar en la canoa remando porque antes mucha lancha a motor no había. A los 5 o 6 años andábamos a remo”, cuenta Rulo.

Hoy Paranacito ha crecido principalmente sobre el sector que tiene contacto casi totalmente asfaltado con la autopista, pero “la mayoría de la gente que se afincó acá lo hizo buscando tranquilidad, la mayoría era de la posguerra, de la primera y la segunda” y lo hizo sobre los arroyos, destaca Rulo quien es hijo de inmigrantes de lo que hoy es República Checa.

Elena cuenta que esos pioneros “se ubicaron en colonias en los distintos arroyos por nacionalidad, por ejemplo los daneses tienen una colonia en Brazo Chico, en Sagastume estaban los lituanos, algunos polacos y mis abuelos yugoslavos, hay de la nacionalidad que pidas, pero por lo general se buscaban por el país de origen”, y destaca Rulo que “tengo casi 70 años y nuestra generación es la primera que se puede casar con gente de otra colectividad, porque eran muy cerradas”. 

Este matrimonio, el de Rulo y Elena, está plagado de historias, no sólo suyas sino de su familia y vecinos. Representan un verdadero testimonio viviente de otras épocas, de los arroyos y del propio Paranacito. 

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