Una vida de desconexión

Andrea y su esposo viven en un arroyo del delta entrerriano sin mirar el celular y sin chequear sus redes sociales. Allí no existe la señal. Tienen poca conexión con el mundo, salvo en los momentos que se mueven para poder conectarse con sus hijas.

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Por Fermín Tristán

Andrea y Santiago viven a metros de la escuela 14 “Fray Mocho”, justo en la curva donde el Arroyo Hondo se transforma en el Santos Grande. Su vivienda es un punto neurálgico de esa zona. Es que también, a pocos metros, funciona un antiguo almacén y dispendio de bebidas de la familia: el punto de encuentro de los vecinos. 

El turismo de fin de semana ha hecho que el lugar también sea concurrido. Llegan muchos autos que bajan sus lanchas en una “playada” cercana y dejan sus vehículos allí, para vivir la experiencia de la tranquilidad extrema del paraje y de la pesca. Es una experiencia que dura pocas horas, porque la desconexión es tal que los foráneos vuelven rápido al continente para obtener noticias, conectarse y volver a la vorágine. 

Para llegar se puede ir navegando desde Villa Paranacito hacia el Norte del ejido, pasar por La Tinta, Sagastume Chico, metros de Martínez, Canal, El Mosquito, otro canal, Las Ánimas, otro Canal, Santos Grande y finalmente la balsa que hace de oficina de Prefectura te recibe. Son 45 minutos en lancha rápida, unos 35 kilómetros.

Por tierra, se debe tomar hacia el este en Ceibas, es decir, abandonar la autopista e internarse en 25 km de camino arenoso, tan sinuoso y complicado como hermosos los paisajes típicos de los humedales. Se puede observar gran presencia de aves y atravesar hasta un pintoresco puente de metal y tablas.  

En esa zona del delta entrerriano, la conexión es escasa. Las novedades las trae la TV satelital, un invento que apareció en los 90 y que en lugares remotos como estos, se quedó. Casi todos los vecinos como Andrea tienen celulares, pero es un aparato apagado, tirado en un cajón. La señal no existe, salvo que se instale una antena para tal fin, algo costoso y que sólo garantiza hacer llamadas. 

Andrea produce miel, nuez, tiene algunas cabezas de ganado y da clases en pueblos cercanos. Ese viaje a trabajar es el momento que utiliza para charlar con sus hijas, que cuando comenzaron el secundario fueron a estudiar a Gualeguaychú. Ella las acompañó, pero una vez terminada la secundaria, ella volvió a su arroyo, las gurisas no. 

Hoy día, muchos se preguntan cómo es esa elección de vida. La respuesta de Andrea y de muchas personas que viven allí es: “No es una elección, siempre fue así, lo que nunca se tuvo, no se lo extraña”. Aunque todos concuerdan en que es útil y que poder resolver cuestiones por teléfono les ahorraría miles de pesos de combustible, que utilizan para cuestiones que se pueden resolver de manera más pragmática.

Esto es algo común en nuestro departamento, es también algo bastante común fuera de las urbes de Entre Ríos. Nuestra provincia es la menos conectada a internet y con menor cantidad de cobertura telefónica celular, algo que muchos piden se mejore. 

Mientras tanto, Andrea tiene un horario fijo para hablar con sus hijas y con el mundo. Lo mismo los otros vecinos, algo que hace recordar al viejo correo radial campero cuando la gente encendía la Amplitud Modulada de la Radio LT41 bien temprano para recibir mensajes personalizados desde Gualeguaychú: enterarse de familiares enfermos, de trámites o de que el maestro no iba a llegar a la escuela esa semana por el mal estado del camino, es algo que uno se entera en un horario determinado, cuando “se sale al exterior”.

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