HomeEl Gato Frare, una parada obligada en Ceibas

El Gato Frare, una parada obligada en Ceibas

Llegó desde Gualeguay para trabajar en una empresa que construyó rutas. Hizo mecánica ligera y fue el único comercio abierto en la localidad durante las inundaciones del 83. Prosperó y construyó su mítico parador, que ya lleva 40 años de historia.  

Por Fermín Tristán

Nuestro departamento tiene mucha historia. Varias oleadas de inmigrantes poblaron nuestros territorios. De todos los puntos del planeta llegaron y fueron laboriosos. Ahora, sus hijos, nietos y bisnietos hablan orgullosos de ser isleños. Pero la historia reciente también tiene migrantes, quizás de puntos más cercanos, pero igual de importantes en la tarea de hacer grande a las Islas del Ibicuy.

Tal es el caso de Diego Alberto Frare, el Gato, gualeyo de nacimiento, ceibero por adopción. Tiene 77 años y cuenta que nació en el “primer distrito” de Gualeguay. Se define como “trabajador de los fierros”, oficio que lo llevó a recalar en Ceibas en 1978 para trabajar en Techint en el mantenimiento de sus camiones. La empresa iba a construir el camino que uniría Ceibas con Gualeguay, al que Frare debió llegar por un camino rural “angosto y lleno de espinillos, me quedé trabado en un arenal y me sacó un gaucho a tiro con un caballo”. Así de duros eran esos tiempos.

Recuerda que trabajó para la empresa concesionaria, pero el trabajo terminó: “Me quedo haciendo auxilio y mecánica ligera, en esos tiempos la ruta de Ceibas hacia las balizas era de ripio y mala, y había mucho trabajo de mecánica y de auxilio. Me armé bien y alquilé el lugar donde supieron estar primero Traba y luego Luján. Puse un negocio de copas, había mucha gente y muchas empresas en la zona, y no había un lugar de esparcimiento”.

Pero nada era fácil en esos tiempos, Frare recuerda que “tenía que generar mi propia energía para enfriar las bebidas, lo hacía con un grupo electrógeno gasolero de un caballo, antes enfriar las cosas era cuestión de maña”.

El Gato prosperaba e invertía: “Compré un televisor a color con control remoto, como en esos tiempos en Ceibas no había energía, obviamente no tenían televisor, muchos parroquianos así como familias, venían a mi negocio a mirar tele, y yo trabajaba y seguía creciendo”.

Estas historias de vida son propias de todo el departamento. Por esa razón, la creciente de 1983 es parte de la vida del Gato, así como de la nuestra. “La creciente grande que cortó todos los puentes e inundó todos los campos, también a mí me inundó. Llegó al dintel de la puerta, todo el negocio y donde vivía quedó bajo agua, incluso un terreno que con un gran refuerzo había comprado y que es en el que vivo hoy en día”, dice repasando su memoria, yendo y viniendo por las ramas de los recuerdos.
Finalmente llega el tiempo en el que comienza el Gato que conocemos: el comerciante dueño de un parador. “Empecé en un colectivo viejo que me habían dejado, arme un negocio arriba del colectivo y la gente me venía a comprar a la puerta del colectivo, a todo esto fui construyendo un localcito de 6 x 4 donde mucha gente de Ceibas colaboró para que yo pudiera hacerlo”, dice agradecido.

“Durante la crecida era el único negocio en Ceibas, había demás negocio sobre la ruta pero habían cerrado y se fueron cada cual a su pueblo o ciudad. Yo al ver esa oportunidad de estar solo traía de todas clases de mercadería, y todo vendía porque había mucha necesidad  y despacio fue progresando mi parador”, recuerda. También asegura que se guarda para sí millones de entretelones que llevarían esta historia al infinito. 

El Gato, como el felino del refrán, se defendía como “gato panza arriba” y también seguía con la mecánica y el auxilio. También aprovechó la resaca –tierra de gran valor en nutrientes– que dejó la crecida y si el trabajo escaseaba, hacía “monte y negocios”.

Y así, entre rebusque y rebusque, el Gato protagonizó la cotidianidad en esta zona de Entre Ríos. “Gracias a Dios me ha dado vida, seguimos construyendo para que los que vienen detrás de mí, se sigan manteniendo y trabajando. Espero que la localidad tenga buen agua y en el futuro nos llegue el gas, para que vengan empresas y haya trabajo. Es mi anhelo más grande”, dice. Cuentas pendientes que vienen de larga data. “Son cosas que hablamos desde hace años, incluso y miren lo que son las vueltas de la vida, acá mismo lo hablábamos con el abuelo de Frigerio, que, como su nieto, siempre ha mostrado preocupación por la zona”, dice. Detrás de él, las letras del parador dibujan una postal ya reconocida en el sur entrerriano. 

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