Por Santiago Joaquín García
Sus veredas anchas y el bulevar en el medio hacen que la avenida Arturo Illia sea ideal para salir a caminar o andar en bicicleta. Además de los atletas, a la tardecita la transitan los chicos que salen de la escuela Roberto Beracochea y aledañas, los camiones de las distintas empresas de la ciudad, y las personas que vuelven hacia los barrios más populares de la ciudad al terminar su jornada laboral. En la esquina de esta avenida con la calle Belgrano se encuentra la Estación de Ferrocarril de Gualeguay. El enorme chalet no se aleja un milímetro de las típicas construcciones que hay a lo largo y a lo ancho del país. A pesar de que hace años que no circula ningún tren las señas son inconfundibles. El tendido de las vías, una pequeña zorrita de paseo, el cartel con las letras típicas anunciando la estación, la señalética que anuncia un “Museo del Ferrocarril” y la frutilla del postre: la locomotora denominada “La Solís”.
Los orígenes
El Ferrocarril Primer Entrerriano, cuyo tendido de vías recorría los diez kilómetros que separan a Gualeguay de Puerto Ruiz no fue sólo el primero de la provincia, sino también el primero de todo el interior del país. La inauguración se llevó a cabo el 9 de julio de 1866 y le dio un enorme impulso a la salida de la producción del puerto durante muchas décadas. En su primer año de funcionamiento, para dimensionar la importancia, trasladó más de cinco mil toneladas de carga y casi diez mil pasajeros. Unos años más tarde, en el comienzo del siglo veinte, comienza a funcionar el ferrocarril a Buenos Aires. Dos vapores (los miércoles y domingos) hacían el trayecto de Gualeguay a Buenos Aires, ida y vuelta. Los ferrocarriles británicos en Entre Ríos fueron nacionalizados y estatizados en 1948 y pasaron a llamarse Ferrocarril Nacional General Urquiza. Todo siguió su curso, hasta que en la infame década de los noventa, con la Ley de Reforma del Estado y la famosa frase “ramal que para ramal que cierra”, se clausuraron los tramos de Puerto Ruiz a Gualeguay y de González Calderón a Rosario del Tala. Desde entonces, la estación de trenes dejó de lado su razón de ser.
Huellas
Más allá de lo evidente, busco señales que me lleven a ese tiempo. Frente a la Estación sobre la Avenida Illia, una casa antigua de dimensiones muy importantes, resiste el edificio de un antiguo almacén de ramos generales y bar.
–Había changarines que entre carga y carga se juntaban acá, comían algo y se tomaban una grapa –cuenta José, un vecino de los más antiguos.
Las industrias trasladaban sus insumos de forma más económica y ecológica provenientes de Buenos Aires o del resto del país.
–Llegaban, por ejemplo, vagones llenos de cáscara de arroz para el frigorífico y se descargaban con chimangos y a hombro –recuerda.
El ancho de la calle Belgrano y su desembocadura en la puerta de la Estación es otra de las señales. Los galpones de fondo son una marca más evidente.
El reciclado
Las épocas de esplendor del Corso de Gualeguay se dieron cuando desfilaban las comparsas por la calle San Antonio, arteria principal de la ciudad. Luego, a fines de los noventa y principios de la década siguiente, hubo una transición en la que se utilizó, por ejemplo, la ruta que pasa frente al Parque Quintana. Finalmente, y siguiendo el ejemplo de otras ciudades, aprovechando la estructura obsoleta, se decidió construir el actual Corsódromo en la Estación de Ferrocarril. En el verano del año 2005, en un circuito de cuatrocientos cincuenta metros se hizo la primera experiencia. Desde entonces, fue creciendo en infraestructura (tribunas, baños, estacionamiento) para llegar a albergar a más de veinte mil personas de Gualeguay y de otras ciudades. Durante muchos años, un boliche que funcionaba dentro del Corsódromo y otorgaba ubicaciones preferenciales se llamó “La Estación”.
–Si vos me preguntás a mí, yo prefería el desfile por San Antonio, pero no se puede negar que quedó muy lindo el Corsódromo –asegura Sandra, una comparsera de mucha experiencia.
A medida que fue creciendo en profesionalismo, las comparsas fueron demandando mayores espacios. Así fue como parte de los galpones ferroviarios se reconvirtieron para el diseño de las carrozas y su almacenamiento durante el verano. Otro de los usos que se le ha dado al predio es el establecimiento de una feria de emprendedores. Comenzó de manera muy informal, con mantas y a pulmón. Sin embargo, en los últimos años se han construido los puestos de madera y es uno de los motores más importantes de la economía popular durante los fines de semana.
¿Futuras metamorfosis?
El título es un anhelo más que una pregunta. Cuando uno recorre esta zona durante el verano, más específicamente los sábados de Carnaval, tiene la impresión de que siempre estuvo el Corsódromo, a pesar de su corta vida. Pero cuando uno piensa en el desarrollo del país, en los tiempos de esplendor y en las posibilidades de crecimiento industrial de la zona, siempre está la pregunta por el ferrocarril dando vueltas. ¿Será tan imposible como dicen volver a poner en marcha este gigante dormido? En los tiempos turbulentos que se viven parece un poco más improbable que una utopía. El tiempo dirá.